Reviví más de una vez esta breve pero significativa historia para mi, en los último años. La última vez fue en el funeral de mi papá, luego de saber de él mismo que fue cierta, que no lo imaginé ni lo inventé.
40 Años atrás, cercano a mis 10 años, en un mini campamento de Embajadores de Rey en la zona de El Arrayán. En la precordillera de Santiago de Chile, en un tiempo en que aún la ciudad era lejana a esta zona, cuando El Arrayán sí era un santuario de la naturaleza.
Se planeó quedarnos allí tres días, que se redujeron a uno, debido a una intensa e inesperada tormenta nocturna. El inicio del día fue perfecto: un sol radiante, ideal para realizar actividades al aire libre. Recuerdo que hicimos varias cosas, aunque por su puesto recuerdo, como siempre con mayor interés, el partido de fútbol que disputamos junto a varios niños de distintas iglesias.
Al caer la tarde, ya con el campamento levantado, compartí la antigua carpa del papá con unos amigos de la Iglesia Bautista de Ñuñoa, la iglesia familiar de aquellos tiempos. Fue con los hermanos Sierra o con los San Martín, o con ambos. No recuerdo bien.
Todo iba muy bien hasta que comenzó a llover. La carpa resistía inicialmente aún cuando estaba vieja y además, al ser de lona, era altamente probable que no resistiera una lluvia intensa.
Y así fue. Con el correr de los minutos, la lluvia se transformó en temporal, habían rayos y truenos. Yo encontré muy entretenido estar ahí hasta que el agua comenzó a traspasar la carpa y la debimos abandonar. Nos llevaron a un refugio muy rústico que había cerca del campamento. No recuerdo con precisión cómo llegué ahí porque era de noche y estaba muy cansado. Tanto así que me dormí rápidamente y permanecí dormido en mi saco de dormir hasta el día siguiente.
Al despertar, supimos que el campamento se terminaba anticipadamente, había caído mucha agua y no podíamos seguir. Durante la mañana llegaron muchos papás a buscar a sus hijos al mismo refugio, lo que me parecía bueno por ellos. Con el correr de los minutos y las horas, comencé a sentir un poco de envidia por aquellos papás preocupados que llegaban esa mañana a buscar a sus hijos. Yo esperaba que mi papá apareciera tarde o temprano, pero pasó la mañana y llegó la tarde y mi padre no llegó.
Recuerdo que estaba notoriamente triste, tanto que uno de los consejeros del grupo en que estábamos, me preguntó: ¿Qué te pasa, Oscar? Yo le respondí: Es que mi papá no me ha venido a buscar, a lo que él me respondió: ¿no te acuerdas que tu papá vino anoche?
Con eso recuperé la memoria: recordé la voz de mi papá a medianoche mientras dormía y me dijo: vamos hijo. Si, le respondí, a lo que el consejero me preguntó: vas a irte, cobarde? y sobre la misma repliqué: entonces me quedo. Y seguí durmiendo.
Al volver a casa, supe que mis papás habían ido a buscarme la misma noche de la tormenta, porque estaban preocupados por mi. Trataron de subir en el pequeño Renault 5 rojo que teníamos. Era camino de tierra, el que con la lluvia se transformó en barro y el auto quedó pegado. Tuvieron que terminar el viaje a pie hasta el refugio. Llegaron empapados y tuvieron que devolverse a casa solos, porque su hijo decidió ser valiente.
Hoy esa historia me hace tener una perspectiva de la paternidad referenciada a un actuar en amor incondicional y muy tangible de mis padres. No fueron los padres comunes que fueron a buscar a sus hijos después de la tormenta. Estuvieron en el momento en que más los necesitaba.
En ese amor creo, el que te moviliza a hacer lo que sea por quien amas. En ese amor que reacciona y corre a prestarte ayuda cuando lo necesitas. En medio de la tormenta. Así como Dios está conmigo en mi tormenta, así fueron. Mis padres fueron únicos: jugados por sus hijos, por sus hermanos, por sus nietos, por su iglesia.
Doy gracias a Dios por ustedes, que dejaron en mi este recuerdo para compartir y testificar de Dios a través de vivencias simples pero cimentadas en el poderoso amor de Dios dado a través de ustedes a todos los que les rodeábamos.
Amor infinito de padres que añoro en estos tiempos en que, sin darme cuenta, ya se me fueron.