Nos dejaste hace ya cinco días y no logro conformar mi corazón, en un sentimiento egoísta de no querer haberte visto partir.
Todo ocurrió tan rápido. El cáncer apareció, violento y destructivo, sin aviso previo, el sábado 7 de octubre y 52 días después, nos dejaste, como tú querías, sin preámbulos ni complicaciones.
Lo pediste así, me consta. Lo pediste a Dios y Él te lo concedió, como uno de sus hijos predilectos, de lo que hoy más que nunca estoy completamente seguro. Cuántas veces me dijiste, parafraseando al Apóstol Pablo “Para mi el vivir es Cristo y el morir es ganancia”? Si hasta creo que te pedí que no lo repitieras! En vano, porque su ganancia Dios te concedió.
¿Qué se hace en momentos así, en que sabes que Dios hace su voluntad de manera perfecta en el momento perfecto, pero sigues teniendo un nudo en la garganta, que brota en unas pocas lágrimas cuando ya no doy más de pena?
Hoy en la iglesia te mencionaron, porque no sólo tus hijos te extrañamos, también muchos hermanos en la fe, a quienes hiciste tanto bien, siguen añorándote y hablando bien de ti. ¡Qué testimonio tremendo dejaste! de ser un hombre bueno, generoso, humilde, ayudador, consejero. Siervo de Dios.
Le pido a Dios que me ayude a avanzar y a cumplir aquello que en tu partida te prometí al oído. Es mi forma de agradar a Dios y de honrarte por quien fuiste y seguirás siendo para mi.
Te extraño papá. Te amo.